Del "Martín Fierro"
En el "Martín Fierro" se remarca el talento natural del hombre de nuestro campo, evidenciado en payadas ingeniosas; “Los cielos lloran y cantan/ hasta el mayor silencio,/ lloran al caer el rocío/ cantan al silbar los vientos".
La sabiduría de vida del gaucho se pone de manifiesto en los consejos del Viejo Vizcacha y en los que Martín Fierro da a sus hijos: "Es mejor que aprender mucho/ el aprender cosas buenas". "Sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria".
Muchos refranes emergen del poema: "Aquel que tiene buen nombre/muchos disgustos ahorra". Hasta la hacienda baguala/ cae al jagüel con la seca". "La ocasión es como el fierro,! se ha de machacar caliente". "Por igual es tenido/ quien con malos se acompaña".
El temperamento libre del gaucho surge en los versos del poema. Es comparado con los pájaros el cielo es su techumbre, la inmensidad de la pampa, su escenario natural. "Mi gloria es vivir tan libre/ como el pájaro del cielo"
10 de Noviembre: Día de la Tradición
Conmemorando el aniversario del nacimiento de José Hernández, autor del Martín Fierro, el 10 de noviembre se celebra en todo el país el Día de la Tradición. Casi podríamos decir que se celebraba, cuando aún el país respetaba los valores y tradiciones que conforman su naturaleza, cada vez más lavada en la conciencia de nuestros niños y jóvenes. Este medio se complace en ofrecer a sus lectores un pequeño relato, pequeño por su tamaño, casi un cuento, que uno de nuestros lectores nos ha hecho llegar y que debe servir para recapacitar sobre el pasado y el presente argentino.
Pertenencia.
Unos niños me entregaron un caramelo que sacaron de una especie de calabaza de plástico, una suerte de cabeza de zapallo naranja o algo por el estilo. Lo agradecí, me gustan los caramelos. Eran pequeños argentinos los que, disfrazados vaya a saber uno de qué, obsequiaban las golosinas. Festejaban Halloween; es decir, no sé qué es Halloween ni si se festeja, pero estos pequeños argentinos parecían festejarlo.-
Me fui caminando tranquilo, saboreando mi caramelo, y me senté en el bar de la cortada San Ignacio a tomar un café cortado mitad y mitad con leche fría y a releer el Martín Fierro que llevaba bajo el brazo.-
El bar estaba vacío, motivo por el cual logré ubicarme junto a la ventana con vista al Pasaje. El mozo se acercó complaciente y atendió mi pedido. Con el café me trajo una galletita que no iba a comer. Suficiente dulce con el caramelo.-
Me adentré en mi lectura.-
Pensé -versos después, cuando el café ya estaba frío y el paisaje de Boedo había sido reemplazado por la pampa de Fierro- que los niños del caramelo no festejarían el día de la tradición. De hecho -me convencí a mi mismo de ello- cuando recordé que en mi época de estudiante –no tan lejana- ya no se festejaba el 10 de Noviembre. Cerré el libro y miré la calle vacía, empedrada de recuerdos ajenos, pero tan mía como cada rincón de mi país, de mi Quilmes de infancia; de mi vida alejándose de una tradición que mi abuelo procuró enseñarme. Pensé en mi idioma, mis primeras letras a la Patria, los paseos con amigos sin destino fijo, algún picado, alguna bronca sin razón, algún consuelo irracional. Recorrí con añoranza los paisajes que visité; me persuadí de la necesidad de conocer más lugares. Me acordé del orgullo con el que paseaba mi primera escarapela por el patio del colegio, desde el mástil al peral, como si fuera un modelo de las publicidades de hoy. Siempre me enseñaron que las maestras tienen razón y aquel día debí dejar de desfilar para volver a clase con mi refulgente emblema patrio en el pecho.-
La calle estaba desierta y colmada de presencias mi memoria. Pensé en que todos veremos crecer este país, aunque no todos convengamos en su crecimiento. Algún día seré viejo –entendí- y conservaré mis tradiciones –tal vez intactas-, mi conciencia –tal vez intranquila-, y, en alguna próxima primavera, tendré en mi mano una golosina para “festejar” Halloween o la posibilidad de releer el Martín Fierro; será extremista mi pensamiento, pero no logro concebir que ambas cuestiones deban coexistir.-
Un hombre pasó silbando y tomó la cortada. Lo vi alejándose con su tarda melodía como recitando al viento. Miré la mesa: el café, la masita sin tocar, la azucarera de vidrio. Abrí el libro y leí:
Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pie del Eterno Padre:
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.
Acaso sea el momento de seguir. De no bajar los brazos, de creer en mirar a los ojos. Pagué y me fui, como en un impulso.-
Salí a la calle, hacía frío a la sombra; andaré como Tato (Bores) –pensé- en búsqueda de la vereda del sol. Me uní en el silbido lejano, imperceptible, novedosamente tradicional. Caminé una cuadras con mi libro debajo del brazo. “Ya no aceptaré caramelos –me dije a mi mismo convencido- necesito encontrar más razones de pertenencia”.-
Alejo Días
periódico digital barrial
9-11-09