miércoles, 28 de octubre de 2009

Los Gauchos

Quién les hubiera dicho que sus mayores vinieron por un mar, quién les hubiera dicho lo que son un mar y sus aguas.

Mestizos de la sangre del hombre blanco, lo tuvieron en poco, mestizos de la sangre del hombre rojo, fueron sus enemigos.

Muchos no habrán oído jamás la palabra gaucho, o la habrán oído como una injuria.
Aprendieron los caminos de las estrellas, los hábitos del aire y del pájaro, las profecías de las nubes del Sur y de la luna con un cerco.

Fueron pastores de la hacienda brava, firmes en el caballo del desierto que habían domado esa mañana, enlazadores, marcadores, troperos, capataces, hombres de la partida policial, alguna vez matreros; alguno, el escuchado, fue el payador.

Cantaba sin premura, porque el alba tarda en clarear, y no alzaba la voz.

Había peones tigreros; amparado en el poncho el brazo izquierdo, el derecho sumía el cuchillo en el vientre del animal, abalanzado y alto.

El diálogo pausado, el mate y el naipe fueron las formas de su tiempo.

A diferencia de otros campesinos, eran capaces de ironía.

Eran sufridos, castos y pobres. La hospitalidad fue su fiesta.

Alguna noche los perdió el pendenciero alcohol de los sábados.

Morían y mataban con inocencia.

No eran devotos, fuera de alguna oscura superstición, pero la dura vida les enseño el culto del coraje.

Hombres de la ciudad les fabricaron un dialecto y una poesía de metáforas rústicas.
Ciertamente no fueron aventureros, pero un arreo los llevaba muy lejos y más lejos las guerras.

No dieron a la historia un sólo caudillo. Fueron hombres de López, de Ramírez, de Artigas, de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas, de Urquiza, de aquel Ricardo López Jordán que hizo matar a Urquiza, de Peñaloza y de Saravia.

No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación de un peligro.

Su ceniza está perdida en remotas regiones del continente, en repúblicas de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos.

Hilario Ascasubi los vio cantando y combatiendo.

Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quienes eran o qué eran.

Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros.

Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

sábado, 24 de octubre de 2009

FLORENCIO MOLINA CAMPOS



En 1931, la Fábrica Argentina de Alpargatas comenzó a publicar sus almanaques con trabajos de Molina Campos. De inmediato el público rural, donde llegaban con preferencia los productos de la firma, acaparó cada uno de los "meses" formando sus propias colecciones. Es que Molina Campos había dado en el clavo, los había puesto en evidencia, llevando a sus pinturas lo que el paisano hace constantemente con sus semejantes, buscando algún rasgo risueño para hacer comparaciones o poner apropiados apodos. La caricatura verbal, pasó a ser un capítulo muy particular de nuestro arte nacional.

El concepto del honor, de la hospitalidad, del coraje, del sacrificio, de la modestia" que Molina Campos atribuía al gaucho, podrían ser parte de su retrato. Nadie como el fue gaucho, añorando en las ciudades la vida apacible y laboriosa de la estancia paterna del Sur bonaerense, con una nostalgia risueña, preñada de picardía, tan propia de nuestro paisano, con su claro amor a todo aquello que fuera parte de la Patria vieja un poco destrozada ya por el cosmopolitismo, y con claras preocupaciones por la Patria nueva que tantos desvelos le causó en momentos aciagos. Pero Patria es uan sola, y Molina Campos la evocó sonriendo solemnemente.

Estuvo en la Pampa desde el 21 de agosto de 1891 hasta el 16 de noviembre de 1959, en que se fue por la tranquera abierta por donde se va la vida en busca de la huella que lo conducía a la Cruz del Sur, desde el trozo de pampa asfaltada que es Buenos Aires.

Héroes de epopeya y estancieros tejieron su linaje, ganando batallas, tendiendo alambradas, haciendo leyes, repoblando hacienda, jugando con la muerte por la libertad.

De niño, en el amplio comedor de la estancia paterna, en las vacaciones escolares detenidas por la inundación, comenzó a reproducir las escenas de campo, haciendo mover a sus prmeros paisanos cuando tenía nueve años. Adsí se multiplicaron en la observación los días risueños de la infancia, tratando de captar al gaucho, "imitando su lenguaje, sus ademanes, su indumentaria y la inacabable variación de los peligros de sus faenas."

La muerte de su padre quebró una manera de vivir; egresado del Colegio del Salvador, el trabajo ciudadano le absorbe las horas cortadas por trazos juguetones de un lápiz, tratando de recrear el paraíso perdido, debiendo conformarse con el cambio de las leguas sureras por u trozo de blanco cartón, en el que aparecerán como en el espejo del doctor Fausto, todo aquello que le había entrado tan hondo. Pero descubre algo: el gaucho utiliza para sus comparaciones, sus apodos, para hacer un relato más florido, una caricatura verbal fruto de una aguda observación que lo descubre todo. De allí lo legítimo de Molina Campos. Decía Cupertino del Campo: "Vanamente se hubieran difundido sus cuadros si ellos no llevaran entrañado el resorte que abre y conmueve, y deleite el alma de nuestros recelosos campesinos" para que "acojan y celebren el pincel que los pone en evidencia".

En 1926 realiza su primera exposición en la Sociedad Rural de Palermo con gran éxito y la visita del propio Presidente de la Nación, el doctor Marcelo T. de Alvear, quien le nombra profesor de dibujo del Colegio Nacional Nicolás de Avellaneda, donde por 18 años dictó cátedra con el convencimiento, según decía, de sentirse "mejor maestro que dibujante".

En 1931 ganó todos los rincones del país al ser contratado por una firma comercial con el fin de reproducir sus cuadros en sus almanaques. Así sus obras se reproducen por millones y cada hoja mensual adquirirá valor comercial por sí sóla. Todos sonríen ante sus paisanos "deformados armoniosamente", como le decía Pío Colivadino.

En 1939 es contratado por firmas norteamericanas para efectuar publicidad comercial; campañas de seguridad,a visos a doble página en las más afamadas revistas, cartelones en los caminos, hacen de su obra el motivo para declararla la de mayor aceptación del año. En 1943, otra firma comercial lo contrata para sus almanaques, y los célebres gauchos de Molina Campos ganan la calle, copan los bares, los ranchos del Oeste norteamericano y las instituciones públicas y privadas los piden como testimonio. Sus cuadros figuran en el Museo "Horse de las Américas" en la Universidad de texas (Austin), Estados Unidos, y es el único artista extranjero en la Galería de Charles M. Russell de Montana.

En 1942, Walt Disney lo contrata para sus estudios en carácter de asesor, para la realización de varias películas de ambiente argentino: "El gaucho volador", "El gaucho reidor", "Goofy se hace gaucho" y "Saludos, amigos". En 1942 ilustra el "Fausto" de Estanislao del Campo, esitado por Kraft, y en 1946 "Vida Gaucha", libro de texto para estudiantes de español en Estados Unidos. Dejó completos los dibujos para una edición de "Tierra Purpúrea", de G. H. Hudson, y bosquejó "martín Fierro" y "Don Segundo Sombra".

Una treintena de exitosas exposiciones hicieron conocer sus originales en el país, en Estados Unidos -donde tuviera en Edward Larocque Tinker un ferviente admirador-, en Francia y en Alemania. Sus cuadros se encuentran en numerosos museos y colecciones privadas del mundo y realizó paneles para la South American House de Londres, ciudad en la que tuvo encumbrados admiradores.

En 1956 viajó a Alemania Occidental como invitado de honor para asistir al Festival Internacional Cinematográfico, llevando la película "Pampa Mansa", sobre motivos argentinos y donde él personalmente actuaba.

Fue miembro de numerosas instituciones culturales, artísticas, profesionales y folklóricas y un sostenedor ferviente de la tradición de la Patria, que tanto amó y le abrumó de amargas preocupaciones.

Habló en el mismo idioma a Ricardo Güiraldes y Benito Lynch, quienes lo reconocieron como parte de la obra que ellos realizaban a través de las letras continuando con la herencia de Hernández y Ascasubi.

Cupertino del Campo, Alcides Gubellini, Carlos Vega, Eduardo Acevedo Díaz, Cesáreo Bernaldo de Quirós, Rafael Squirru, José belbey, Quinquela Martín y tantas otras personalidades, le han brindado testimonios de admiración, desentrañando los profundos significados de una prolífera obra que tiene la característica de ser reconocida por todo un pueblo.

Queda a su vez por estudiar sus conferencias, sus charlas pro radio, sus cuentos, sus colaboraciones como periodista, su ideario, manifestados en todos los niveles y sobre todo en el extranjero; de allí lo de "embajador de la buena voluntad" como lo reconocieron en tantos lugares, ante la indiferencia de los representantes oficiales de todas las épocas.

En la Argentina, junto a su cónyugue, María Elvira Ponce Aguirre, tuvo un refugio inigualable, a orillas del río Reconquista, en el pueblo de Moreno, donde levantó, con sus manos, su rancho de puertas abiertas y desde donde robó tantos cielos para sus paisanos. Allí también, en ese rincón de la pampa, donde no había escuelas, crearon la que ahora lleva su nombre y en la que un centenar de niños aprendieron a cantar el Himno Patrio y las primeras letras, que el matrimonio mismo les enseñara. En ese pueblo, ahora ciudad, la Fundación que lleva su nombre está levantando un Museo que reunirá gran parte de su obra.

Cuando Florencio Molina Campos murió, al decir de su amigo Edward Larocque Tynker, "el mundo perdió un genio que había dedicado su vida a llevar alegría a un mundo en tensión"; por eso, qué mejor epitafio pudo haber tenido que éste: "HIZO SONREIR MUCHO A MILLONES".

Juan Carlos Ocampo*

*Juan Carlos Ocampo, autor de este trabajo, nació en Moreno (Bs. As.) en 1938. profesor en Historia, fundador y director honorario del Museo Histórico Municipal Amancio Alcorta y del Museo Florencio Molina Campos, autor de Orígenes históricos de la Ciudad y Partido de Moreno, profesor de historia del Instituo Superior de Turismo Perito Moreno, miembro fundador y primer presidente de la Junta de Estudios Históricos de la Ciudad de Moreno, miembro fundador de la Fundacióon Florencio Molina Campos y colaborador en la orgranización del Museo Florencio Molina Campos de Moreno. Este es un fragmento de su libro Florencio Molina Campos.

viernes, 16 de octubre de 2009

HECTOR TIZON



La materia de un escritor son las imágenes mentales que fija en palabras. La dimensión de su fracaso o de su acierto estará dada por la satisfacción y el convencimiento que tenga de haberse acercado en cuanto le fue posible a esas imágenes mentales que lo movieron a narrar escribiendo, pero jamás lo que escriba será exactamente igual a esas imágenes primigenias y allí radica su frustración y su desdicha, puesto que sólo él sabe la medida de su fracaso o de su acierto, nunca el lenguaje podrá reproducir el éxtasis y el relámpago de la belleza. Así es." Héctor Tizón


Un reportaje de Raquel Garzón

Esta es la historia de un viaje. O de dos. El primero es de papel y tiene forma y nombre de novela -Extraño y pálido fulgor- aunque haya sido soñado para el cine como guión de una road movie jamás filmada. El segundo (pensado con intenciones fotográficas), fue el escenario de una entrevista sobre cuatro ruedas bajo un sol sin sombra, que alternó asfalto y ripio a lo largo de los sesenta y tres kilómetros que van desde San Salvador de Jujuy hasta la localidad de Purmamarca. Un pueblito donde la quebrada de Humahuaca -soledad y frontera- comienza a insinuarse en 339 habitantes, calles de tierra, casitas de adobe, cerros de siete colores, aire puro a 2.139 metros sobre el nivel del mar y tiempo parado en seco hace tres siglos.

El anfitrión de ambos viajes (autor de la novela y entrevistado de la road interview) es el escritor Héctor Tizón, ya un clásico de la literatura argentina.


Extraño y pálido fulgor, editado por Alfaguara, es su libro número quince y, a la vez, un catálogo de solitarios que no han perdido (o no del todo) la fe. La novela narra la historia de un viajante de comercio que recorre pueblos sin nombre, traga polvo a lo pavote, rumia desencantos y siente cómo su vida se convierte en arena, comido por una rara tristeza en la que se ve engordar, envejecer y estar solo, mientras vende cosas inútiles a gente que las compra sin necesidad. Hasta que en uno de los cuartos de hotel que le depara el camino, encuentra, gracias a un azar nunca neutral, las cartas apasionadas de Abigail, una mujer que le reprocha a un tal Juan Fernández su silencio. Y se enamora. O cree hacerlo.

En dos páginas, el viajante decide convertirse en Juan Fernández, contestar las cartas y llevar esta partida de truco hasta el quiero vale cuatro. A ese par (destinatario y remitente), Tizón suma otros rostros: el de J.J., gerente y amigo del protagonista, metido a místico piola después de la viudez, que vive con humor contagioso su lugar en la trama, el de una ex esposa que rehace su vida con un político local y las prehistorias de un padre borrachín y jugador aunque buen tipo, de un abuelo uxoricida que batalla con la culpa y de un cura recluido en una capillita de provincia por prédicas no ortodoxas.